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Desde mi celda.

plandeciendo como una llama más viva que las otras resplandecen entre las llamas de una hoguera, como dentro de nuestro sol, brillaría otro sol más brillante.

Tal debió aparecer la Madre de Dios á los ojos del piadoso caballero, que, bajando de su cabalgadura y postrándose hasta tocar el suelo con la frente, no osó levantarlos mientras la celeste visión le hablaba, ordenándole que en aquel lugar erigiese un templo en honra y gloria suya.

El divino éxtasis duró cortos instantes; la luz se comenzó á debilitar como la de un astro que se eclipsa; la armonía se apagó, temblando sus notas en el aire, como el último eco de una música lejana, y don Pedro Atares, lleno de un estupor indecible, corrió á tocar con sus labios el punto en que había puesto sus pies la Virgen. Pero ¡cuál no sería su asombro al encontrar en él una milagrosa imagen, testimonio real de aquel prodigio, prenda sagrada que, para eterna memoria de tan señalado favor, le dejaba, al desaparecer, la celestial Señora!

A esta sazón, aquellos de sus servidores que habían logrado reunirse, y que después de haber encendido algunas teas, recorrían el monte en todas direcciones, haciendo señales con las trompas de ojeo á fin de encontrar á su señor por entre aquellas intrincadas revueltas, donde era de temerle