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Gustavo A. Becquer.

IV.


Al principio de esta colección he puesto unos cuantos cantares del pueblo, para estar seguro al menos de que hay algo bueno en este libro.

Así dice el autor en el prólogo, y así lo hace.

Desde luego confesamos que este rasgo, á la vez de modestia y confianza en su obra, nos gusta.

Sean como fueren sus cantares, el autor no rehuye las comparaciones.

No tiene por qué rehuirlas.

Seguramente que los suyos se distinguen de los originales del pueblo; la forma del poeta, como la de una mujer aristocrática, se revela, aun bajo el traje más humilde, por sus movimientos elegantes y cadenciosos; pero en la concisión de la frase, en la sencillez de los conceptos, en la valentía y la ligereza de los toques, en la gracia y la ternura de ciertas ideas, rivalizan, cuando no vencen, á los que se ha propuesto por norma.

El autor de La Soledad no ha imitado la poesía del pueblo servilmente, porque hay cosas que no pueden imitarse.

Tampoco ha escrito un cantar por vía de pasatiempo, sujetándose á una forma prescrita, como