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Gustavo A. Becquer.

traídas é indiferentes? Nada ha cambiado aquí de cuanto nos rodea, es verdad; pero hemos cambiado nosotros: he cambiado yo, que no vengo en alas de la fe vestido de un tosco sayal y pidiendo de puerta en puerta el pan de la peregrinación, á prosternarme en el dintel del santuario, ó á recoger con respeto el polvo de la llanura, testigo del sangriento combate, sino que, guiado por la fama, y de la manera más cómoda posible, llego hasta este último confín de la Península á satisfacer una curiosidad de artista ó un capricho de desocupado.

La crítica histórica, esa incrédula hija del espíritu de nuestra época, nos ha infiltrado desde niños su petulante osadía, nos ha enseñado á sonreimos de compasión al oir el relato de esas tradiciones, que eran el brillante cimiento de nuestros anales patrios, y desnudando uno por uno á nuestros héroes nacionales de las espléndidas galas con que los vistiera la fantasía popular, empañando con su hálito de duda la brillante aureola que ceñía sus sienes y derribándolos del pedestal en que los colocó la leyenda, nos ha mostrado su descarnada armazón, semejante á un maniquí risible. Ella nos ha truncado la historia, nos niega á Bernardo del Carpió, nos disputa al Cid, hasta ha puesto en cuestión á Jesús... Pero, ¿ha conseguido del todo su objeto? No lo sé. Por lo pronto ha conseguido que aquí donde nuestros mayores se sentían em