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Gustavo A. Becquer.

timientos... tal vez de gozo... quizás de tristeza... pero esto, ¿quién más que yo puede sentirlo?

— ¡Vamos! ¡Ya apareció aquello!... Hay algo en esa figura, algo en ese fondo... ¿Y usted cree que cuando tiembla ligeramente la mano del artista poseído de una idea ó de un sentimiento, no deja el pincel un rastro propio, no acusan las líneas algo particular, algo impalpable, indefinible, pero que permanece palpitando allí como la estela de perfume y luz que deja tras sí una divinidad que ha desaparecido; algo que nos dice «por aquí ha pasado la inspiración?»

— Creo, en efecto, que puede suceder así; pero es cuando el artista se refiere á cosas de más importancia, á impresiones más hondas, á ideas más generales y que pueden encontrar eco en todos.

— ¿Y quiere usted nada más general que las ideas que despierta esa figura? Habla usted del parecido: yo no sé si se parece al original; pero es hermosa, y basta: seguramente se parece á alguien: y no ya á esta ó aquella persona que á mí, espectador indiferente, me importan un ardite; se parece á ese ideal de belleza, del cual todos tenemos el tipo y el severo cánon en el alma. ¿Hay nada que sea manantial de ideas y sentimientos más inagotable que lo simplemente bello? Digo simplemente bello, digo mal lo que es bello lo es todo á la vez. Cuando admiro el retrato de una mujer hermosa hecho por