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El Aderezo de Esmeraldas.

No desesperé, sin embargo, de mi propósito.

¿Cómo buscar dinero? decía yo para mí, y me acordaba de los prodigios de las Mil y una noches, de aquellas palabras cabalísticas, á cuyo eco se habría la tierra y se mostraban los tesoros escondidos, de aquellas varas de virtud tan grande que, tocando con ellas en una roca, brotaba de sus hendiduras un manantial no de agua, que era pequeña maravilla, sino de rubíes, topacios, perlas y diamantes.

Ignorando las unas, y no sabiendo donde encontrar la otra, decidí por último escribir un libro y venderlo. Sacar dinero de la roca de un editor no deja de ser milagro; pero lo realicé.

Escribí un libro original, que gustó poco, porque sólo una persona podía comprenderlo; para las demás sólo era una colección de frases.

Al libro le titulé El aderezo de esmeraldas, y lo firmé con mis iniciales solas.

Como yo no soy Víctor Hugo, ni mucho menos, excuso decirte que por mi novela no me dieron lo que por la última que ha escrito el autor de Nuestra Señora de París, pero con todo y con eso, reuní lo suficiente para comenzar mi plan de campaña.

El aderezo en cuestión valdría como cosa de unos catorce á quince mil duros, y para comprarlo contaba ya con la respetable cantidad de tres mil reales: necesitaba, pues, jugar.