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Página:Obras de Bécquer - Vol. 3.djvu/251

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Los dos compadres.

ya regularidad y extraña apariencia traen á la imaginación la memoria de esas ciudades de los muertos, verdaderos tesoros científicos para los modernos sabios, que los egipcios tallaban en los peñones de algún recóndito valle.

Unos cuantos escalones, naturales ó mal compuestos con ladrillo y argamasa, dan paso al interior de las bodegas, á las cuales se desciende casi siempre á trompicones, deslumbrados por la súbita transición de la claridad del cielo á las sombras que envuelven sus galerías. Cuando los ojos comienzan á habituarse á la vaga niebla que envuelve aquel recinto, cuando la dudosa y azulada claridad que se abre paso á través de los respiraderos resbalando sobre los muros, comienza gradualmente á destacarlos del fondo, es difícil dar idea con palabras de los pintorescos contrastes de luz, de color y de líneas que ofrece el cuadro que se presenta á la vista. En primer término, pipas, cubas y tinajas colosales, cuya gigantesca proporción recuerda los restos de las construcciones ciclópeas, se levantan majestuosas formando grupo con los artefactos y los útiles groseros de una industria que aún permanece entre nosotros en toda su primitiva sencillez. Por unos lados, la galería abierta á pico deja ver las grietas de la roca y sus robustos pilares; sus arcos chatos y robustos parece que remedan el interior de los tem