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Gustavo A. Becquer.

minará al punto á que acuden como citados por un edicto oficial los tradicionales acompañamientos del famoso entierro de la sardina, ya perteneciente á la historia. El Rastro parece que se ha salido de madre, y desbordando por las calles vecinas á los portillos de la Ronda, inunda la Pradera con un océano de telas mugrientas, trajes haraposos, guiñapos y objetos sin forma, color ni nombre, que aún conservan la señal del gancho del trapero, como la etiqueta del almacén de donde proceden. Esto es lo más insconciente que forma bulto en todas las grandes fiestas, los comparsas obligados de las romerías y las solemnidades. Aquí el turco indispensable, aquí la cantinera, aquí el que llama al kiguí: y los mamarrachos de toda especie circulan, y se agitan, van y vienen, riñen y se abrazan, corren ó se revuelven en el más amable desorden. Los felpudos, las esteras viejas, el lienzo de embalar y el papel, son las telas más á la última en esta grotesca danza, donde en vez de dijes de oro, plumas de color y piedras de brillantes, lucen cacerolas y aventadores, escobas y aceiteras, ristras de ajos y sartas de arenques. El ambigú se halla establecido al aire libre, el escabeche abunda, la longaniza frita no escasea, los callos son el plato de entrada de rigor, el vino se vende en los propios carros que lo han traído de las llanuras manchegas, y se traslada al estómago desde el pellejo ori-