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Gustavo A. Becquer.

á lo largo de los encendidos troncos, y las chispas de luz que saltan sobre el fondo oscuro de la cocina, se le antojan espíritus que voltean en el aire, y el rumor del viento que estremece las puertas, obra de las ánimas que llaman en los emplomados vidrios de la ventana con el descarnado nudillo de sus manos de huesos. »

»Yo soy la campana que pide á Dios por las almas precitas; yo soy la voz del terror supersticioso; yo no hago llorar, pero erizo el cabello, y llevo el frío del espanto hasta la médula de los huesos del que me oye».

Así unas tras otras, ó todas á la vez, las campanas van sonando, ora como el tema melódico que se destaca sobre el conjunto de la orquesta en una sinfonía gigante, ora como en un fantástico que se prolonga y se aleja dilatándose en el viento.

La luz del día y los rumores que se elevan del seno de la población á par de la luz, pueden tan solo disipar los extraños engendros de la mente y el lúgubre y pertinaz tañido de las campanas, que aun á través del sueño, se perciben como en una fatigosa pesadilla durante la eterna noche de difuntos.


FIN DEL TOMO TERCERO Y ÚLTIMO