vez descubierto, inundará el mercado de perlas hasta el punto de hacer vulgarísima una materia, objeto hoy de lujo, buscada y pagada á precios exorbitantes.
¡El reinado de las perlas toca á su fin! Este grito de angustia lanzado por los traficantes y joyeros de Alemania, ha encontrado un eco en los más elegantes boudoirs de las damas de Europa.
Se teme, y con razón, que se repita uno de esos cuentos orientales en que las piedras preciosas, regaladas por los malos genios á los muchachos en cambio de una indiscreción, se trasformaban al otro día en carbones.
Mientras el diamante espera temblando la hora en que un químico le derribe del trono que ocupa, al cristalizar el carbón puro; mientras las materias más preciosas, merced á las conquistas de la ciencia, aguardan de un día á otro una depreciación inevitable, la perla, esa «gota de rocío cuajada», como la llaman los poetas indios, esa «lágrima de la aurora perdida en el fondo del mar», como ha dicho un célebre orientalista; la perla, ajena á todo miedo, merced á las dificultades de su adquisición, se ostentaba llena de orgullo en los hombros de nuestras hermosas, en sus cabellos negros como la noche, ó en sus brazos torneados y blancos como la nieve.
No obstante, le ha llegado también su hora. En