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Las Perlas.

dor, que acaso mañana no tendran más mérito que las cuentas de vidrio que regalaban á sus naturales los descubridores del Nuevo Mundo, deben consolarse de la pérdida de sus adornos, impregnándose en su espíritu.

He aquí la historia, porque historia es y no cuento:

La princesa de J... es sin duda alguna la más hermosa de las damas de la corte de Viena. Las miradas de envidia de sus rivales se lo habían dicho cien veces, y otras cien el círculo más florido de los pollos comm' il faut de Viena, que también en Viena hay pollos. Unos alababan la majestad de su apostura, otros el fuego de sus ojos, éstos las manos, aquéllos el talle, los de más allá los pies, ó la boca, ó la nariz, la oreja pequeña, rosada y trasparente. Todo era á su alrededor un concierto de alabanzas; sus oídos se habían acostumbrado á los elogios como á una música conocida y deliciosa.

Una noche el príncipe de J... entró en el boudoir de su mujer, á tiempo que ésta se vestía para un baile, y le ofreció como recuerdo del aniversario de sus bodas una perla: una perla monstruosa, magnífica, con toda la suave opacidad, los cambiantes de mil colores y las condiciones de forma que pueden hacer única una perla entre las cien mil perlas cogidas en un siglo en la isla cuyo mar las produce.