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ESCUELA DE LOS MARIDOS.
D. GREGORIO.

Todo eso que dices, no vale nada.

(Juliana se acerca el Doña Rosa, que estará algo apartada. D. Gregorio lo advierte, la mira con enojo, y Juliana vuelve el retirarse.)

D. MANUEL.

Será lo que tú quieras..... Pero insisto en que es menester instruir á la juventud con la risa en los labios, reprender sus defectos con grandísima dulzura, y hacerla que ame la virtud, no que á su nombre se atemorice. Estas máximas he seguido en la educacion de Leonor. Nunca he mirado como delito sus desahogos inocentes, nunca me he negado á complacer aquellas inclinaciones que son propias de la primera edad, y te aseguro que hasta ahora no me ha dado motivos de arrepentirme. La he permitido que vaya á concurrencias, á diversiones, que baile, que frecuente los teatros, porque en mi opinion (suponiendo siempre los buenos principios) contribuye mucho á rectificar el juicio de los jóvenes. Y á la verdad, si hemos de vivir en el mundo, la escuela del mundo instruye acaso tanto como los libros mas doctos. Su padre dispuso que fuera mi muger, pero estoy bien lejos de tiranizarla; para ninguna cosa la daré mayor libertad que