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LA DERROTA

la mas juguetona y revoltosa de todas las nueve, habia ido poco antes á la cama pasito á pasito, y se los habia quitado por hacerle rabiar. Afligióse sobremanera, y á tientas se puso los gregüescos, la chupa y la camisa; porque es fama que el tal dios no puede dormir en verano, si no depone todos los trastos, quedándose á la ligera como su madre le parió.

Ya que se halló decente el correveidile de los dioses, salió en pernetas con su caduceo en la mano, y en la cabeza el acostumbrado sombrerillo. Iba corriendo á averiguar la causa del alboroto; y al atravesar un corredor vio venir un burujon de gente que luego conoció ser de los de casa. Bernardo de Valbuena, y el buen Ercilla conducian á Clio desmayada y casi moribunda, el peinado deshecho, el brial roto, y las narices hinchadas y sangrientas. ¿Qué es esto, dijo el dios al ver aquel lastimoso espectáculo: qué es esto? ¿Qué ha de ser? respondió Juan de la Cueva, que venia haciendo aire á la desmayada con un cuaderno de minuetes: ¿qué ha de ser? sino que toda la comarca está en arma, el palacio lleno de enemigos, las Musas cual mas cual menos estropeadas, y Apolo nuestro señor muy á pique de quedar por puertas si duerme cuatro minutos