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EPICTETO.—MÁXIMAS.

na gana y con fervor siempre á lo más nuevo y variado; así, hablaba de todo sin saber nada bien. En este primer curso concebí algunos escrúpulos sobre la definición de la justicia, la cual dicen ser una constante y perpetua voluntad de dar á cada uno lo que es suyo. Esta constante voluntad, y el no mentir ni engañar á nadie, lo tuve por naturaleza y por educación, y lo he profesado toda mi vida. Pero decía yo en mí mismo: ¿Qué le importa la buena voluntad á quien le falta el buen entendimiento? ¿Cómo dará bien su sentencia sobre lo alegado y probado (aunque tenga esta constante voluntad y sea buen jurista) el que no sabe juzgar si las pruebas son bastantes y las alegaciones bien fundadas? Porque Scire leges, hoc non est eas tenere, sed vim ac potestatem earum cognoscere. Dig., lib. 1, tít. III; De leg., 17.

Con estos y semejantes discursos se me hacía dificultosa la ejecución de la verdadera justicia. Mayor dificultad se me ofrecía en la segunda definición de la Jurisprudencia, que dicen ser: la noticia de las cosas divinas y humanas, y la ciencia de lo justo y de lo injusto; y me parecía que la más larga vida del hombre no era bastante para las circunstancias de esta sola definición. No hubiera muchos letrados en el mundo si cada estudiante hubiera tenido estos escrúpulos; pero aunque nacían de falta de entendimiento, no dejaron de causarme alguna aversión á este género de estudio, principalmente cuando al segundo curso del cuerpo del derecho entré en aquel inmenso océano de leyes de las Pandectas, Códice, etc. Y aunque ninguno me vencia en memoria, y por lógico me cedían los más, confieso que cuando descubrí sobre cada título un