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XLIX
M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

propio de la jurisdicción municipal. Poco duró el enfado: no le sufrió el corazón ver la grande aflicción de aquella ciudad, y contentándose con las señales que dió de arrepentimiento y sumisión, la restituyó sus privilegios, la visitó y consoló como á las otras. En todas se dejaba ver en los templos, escuelas, casas de Ayuntamiento y otros parajes públicos, prestándose afablemente para que todos le pudiesen ver y hablar, granjeándose con tan repetidas demostraciones de magnificencia y piedad el afecto y estimación general del pueblo. Por estos caminos reinaba M. Aurelio en los corazones de sus vasallos; y era tan respetado en las más remotas provincias del Imperio como en la misma capital de Roma. ¡Tal es la fuerza de la justicia y equidad de los reinantes! Estando en Siria le cortejaron algunos reyes de Oriente; y el de los Partos le envió una embajada. Marco los recibió muy cortésmente; renovó con todos los tratados antiguos, y se hizo amar de eus vecinos y aliados, como de sus propios vasallos, dejando en todas partes vestigios de una filosofía fecunda, no en discursos alambicados, sino en obras realmente convenientes á la humana sociedad.

Por este tiempo perdió á su esposa Faustina, de mal improviso y repentino, que la sobrevino en una aldea de Capadocia, á las faldas del Tauro, por nombre Halala. Sus costumbres no fueron tan aplaudidas ni correspondientes á la austeridad con que M. Aurelio se conducía en sus acciones privadas y públicas. En el Capitolio[1] se conserva todavía un[1] Memorias de Trevoux, Junio de 1751, art. 74,


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