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raimundo lulio.
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Y en tanto que así hablaba el rey, con sus ojos fijos en el cielo, inquieto por el daño que había sufrido su flota, vió al bajel de Don Nuño que hácia él se adelantaba, y díjole el esforzado caudillo con el gozo y la alegría pintados en su semblante:—«Señor rey! plázcaos seguir adelante en vuestro viaje.»—

XI.

Entonces la nave real hizo seña, á la cual respondieron todos los bajeles, levantando en alto sus confalones. El mar acabó de serenarse, y la brillante lumbrera del cielo hacía mas agradable el camino que la flota seguia; y esta continuó su curso gritando todos:—«Sús! sús! guerra á muerte á los moros!»—

XII.

La flota se desliza rápidamente sobre las aguas sin que apenas lo adviertan los guerreros, entregados todos á la alegría. Don Nuño esclama, fijando sus ojos á la parte de mediodía y distinguiendo los elevados minaretes de la isla:—«Señor rey! si os place, pudiéramos dirigir nuestras preces á la vírgen María.»—

XIII.

Plugo al rey lo que Don Nuño proponia; la nave real dió aviso por medio de sus señales, y la flota contestó levantando en alto sus confalones. Entonces el rey, el obispo y el abad, con ánimo contrito, dirigieron su pensamiento al cielo y la hueste toda se puso en oracion.

XIV.

Y el obispo, con voz trémula, entonó el Ave-Maris en honor de la reina de los cielos, y todos los prelados juntamente con el rey, puestos en fervorosa oracion, cantaron devotamente y con voz triste el Kirieleyson.