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raimundo lulio.
XX.

Con acuerdo de lo barones y ricos hombres del ejército, la armada cambió de rumbo, hasta anclar en el lugar llamado la Palomera; y cuando el rey vió allí reunidas todas sus naves, elevó sus ojos y sus manos al cielo, esclamando:—«Ayudadme, ó Dios, en esta grande empresa!»—

XXI.

Y entonces vino el moro Alí en la galera real, y prosternándose de rodillas ante el rey Don Jaime, esclamó:—«Apresuráos, señor! corred hácia la ribera! vuestra es esta preciosa isla en donde el mal nunca se albergó! Así me lo ha dicho mi anciana madre, que escrito lo encontró en el libro de los destinos.»—

XXII.

Mientras esto acontecia, el rey dijo á los marineros:—«Seguid el camino tan luego como entre la noche; y observad cual sea el lugar mejor para nuestro desembarco.»—Y émulos en gloria y valor D. Nuño Sanz y D. Ramon de Moncada, quisieron lanzarse juntos al lugar del peligro.

XXIII.

Y sus naves con mucho silencio y cautela esploraron la costa durante toda la noche, y estuvieron en acecho, y cuando el albor de la mañana apareció en el oriente, dijo D. Nuño al rey:—«Señor! nada temais: por esta parte encontré lugar donde pudiéramos desembarcar felizmente.»—

XXIV.

Y la armada entera levó las anclas sin hacer el menor ruido, y se encaminó hácia el punto designado. Mas los paganos no bien de ello se hubieron apercibido, cuando levantaron hasta el cielo su gritería: y entonces el rey Don Jaime dijo, lleno de ardimiento y valor:—«Pronto, compañeros! adelante en nombre de Dios!»—