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raimundo lulio.
XXV.

Obedientes á esta voz D. Nuño Sanz, D. Ponce Hugo y D. Gerardo de Cervellon quisieron los primeros saltar en la enemiga tierra, y D. Guillen de Moncada lo hizo con la mayor decision y denuedo, y trás él su hermano D. Ramon con D. Gaston de Bearne, y luego el rey con todo su séquito de barones y ricos hombres.

XXVI.

Y en tanto que Don Jaime saltaba á tierra, D. Ramon de Moncada acometió valerosamente al enemigo, y con los bravos soldados de su mesnada arrolló las contrarias filas. Espantados los moros con el fuerte empuje, huyeron despavoridos y en desórden, y no hubo sarraceno que quedase con vida de cuantos estuvieron al alcance de las armas cristianas.

XXVII.

Cuando el rey hubo puesto pié á tierra y encontró ganado el primer encuentro, dijo enojado:—«Mucho nos duele! Batalla travóse sin que nos estuviésemos en ella! Malhaya! ¡Sús, caballeros! Seguidme, que tengo afan de ver sangre musulmana.»—

XXVIII.

Y montando Don Jaime á caballo, entróse tierra adentro con varios de los suyos, persiguiendo á los fugitivos. Peleando á derecha y siniestra, muchos fueron los enemigos que cayeron bajo el filo de su espada. Poco despues el monarca y los que le seguian vieron con placer la hueste numerosa de los sarracenos que se habia tomado posicion sobre un cerro.

XXIX.

Entónces distingue el rey á un moro armado de piés á cabeza que hácia él se dirigia, amenazándole con la punta de su lanza. Al columbrarle el rey, le dijo:—«Ríndete, malvado!»—Y el sarraceno respondió:—«Jamas estuve acostumbrado á rendirme!»—Y en tanto un caballero del séquito del rey le hirió de muerte.