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raimundo lulio.
XXXV.

Y luego el rey volvióse al campo muy satisfecho de la jornada, y al verle Ramon de Moncada le dijo con razon y enojado:—«¿Qué hicisteis, señor rey? ¿Os habeis acaso propuesto perderos y perdernos á todos? Si lanzándoos al peligro sucumbierais, ¿quién de nosotros escaparia con vida de esta tierra?»—

XXXVI.

Guardó silencio el rey á estas palabras, y añadió D. Guillen de Moncada:—«En verdad que nos demostrais ser modelo de caballeros. Sin duda que ninguno hay tan valiente y esforzado como vos; mas con poco seso procedeis esponiéndoos así al peligro. No obreis otra vez así, señor rey, no obreis otra vez así.»—

XXXVII.

Y cuando la noche empezaba á difundir la sombra por el cielo, todos los barones pusieron en el campo sus avanzadas; y en tanto el xeque de Mallorca salia con toda su hueste de la capital, que hermosa aparecia en lontananza; y allí sobre los cerros de Portopí se preparó para la gran batalla.

XXXVIII.

Apresuróse Mem-Ladron á dar noticia de esto al rey, enviándole desde luego mensajeros. Entretanto vino la luz del alba y con ella se levantó la hueste toda. Llama el rey á los guerreros para que asistan al santo sacrificio de la misa que ordena celebrar; y acabado que fué, dijo el obispo D. Berenguer:

XXXIX.

—«Marchad, barones! puesto que vuestra mano ha empuñado las armas por la honra de Dios, Dios os acompañará en el combate y á todos os tendrá por suyos. Adelante, paladines! herid con golpes fuertes y certeros, que alcanzará el cielo el que de vosotros muera por la fe de Jesu-Cristo.»—