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LEOPOLDO LUGONES

Al olor montaraz de las jarillas
Exhaladas en brisa resinosa,
Mezclan su pimentado terebinto
Los espinosos cocos que allá brotan.
Y el capataz les cuenta los viajes
En las grandes carretas crujidoras
Que dilataban su áspero quejido
Por travesías llenas de zozobra.
De temor al salvaje hasta llevaban
Un cañoncíto y varias tercerolas;
Y si acaso en las noches de tormenta
Debían desvelarse haciendo ronda
En torno de los bueyes intranquilos,
Era grande la alarma de esas horas.
Sólo les permitían que fumasen
Bajo los ponchos cuya urdimbre tosca,
Soportaba los largos temporales
Que los campos tristísimos entoldan,
Deshilachando en lluvias inclementes
El largo harapo de las nubes lóbregas.