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bastante para recargar su estómago é indigestarle. La anciana era una mujer de sabiduría y experiencia. Sabía lo que convenía á los niños, y tenía agudísima percepción de lo que era bueno para ella; así, pues, apropiábase la mayor parte del estipendio semanal para sí propia, reduciendo á la pequeña generación parroquial á un régimen alimenticio más frugal aún que aquel á que había estado sometido Oliverio. La buena mujer obraba como un consumado filósofo.

Todos conocen la historia de aquel filósofo experimental que quiso probar al mundo que un caballo es susceptible de vivir sin comer, y para acostumbrarle le reducía la ración todos los días. Indudablemente, se hubiera convertido en el animal más ágil y ligero á no haberse muerto cuando menos podía suponerlo el amo, veinticuatro horas después de haber probado la primera ración de aire. Desgraciadamente para la filosofía experimental de la mujer á cuyos protectores cuidados fué entregado Oliverio Twist, algo semejante era la consecuencia natural de su sistema. Precisamente en el momento en que un niño llegaba á poder vivir alimentado con la ración mínima posible, acaecía ocho veces y media de diez que sucumbía de frío y de hambre, ó se caía al fuego por descuido, ó se ahogaba por accidente; y en cualquiera de estos casos los pobrecitos íbanse al otro mundo para encontrar en él á sus padres, que nunca tuvieron á su lado en éste.

Á veces los accidentes daban lugar á sumarias interesantes, bien por hallarse un chiquillo ahogado entre las ropas del lecho, ó por haber caído otro en la lejía hirviente de la colada; aunque este último caso era muy raro, pues no solía hacerse colada en la casa sino de higos á brevas. Entonces tomaba cartas el Juzgado, ó los vecinos protesta-