Ir al contenido

Página:Orígenes de la novela - Tomo I (1905).djvu/102

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
XCII
Origenes de la novela

lo indica el Libro de los Estados, se confirma en El Conde Lucanor con ejemplos como el de los caprichos de la reina Romayquia, mujer del gran poeta y desventurado rey Almotamid de Sevilla (que se encuentra narrado de igual modo en la gran compilación histórica de Al-Makari); el del añadimiento ó perfección que el rey Alhaquime (Al-Haken II de Córdoba) introdujo en el instrumento músico llamado albogón, y el de la mora que quebrantaba los cuellos de los muertos; en todos los cuales se encuentran palabras de aquella lengua transcritas con toda puntualidad. Hemos de creer, por consiguiente, que, además de los libros de cuentos que ya corrían traducidos al castellano, como el Calila, ó al latín, como la Disciplina Clericalis, manejó D. Juan Manuel otras colecciones en su lengua original. Por ejemplo, la novela fantástica, á la par que doctrinal, del mágico de Toledo, que es por ventura la mejor de la colección, se encuentra también en el libro, árabe de Las cuarenta mañanas y las cuarenta noches[1]. Pero don Juan Manuel, como todos los grandes cuentistas, imprime un sello tan personal en sus narraciones, ahonda tanto en sus asuntos, tiene tan continuas y felices invenciones de detalle, tan viva y pintoresca manera de decir, que convierte en propia la materia común, interpretándola con su peculiar psicología, con su ética práctica, con su humorismo entre grave y zumbón. Tan fácil es alargar indefinidamente, como lo han hecho Knust respecto del Conde Lucanor y Landau respecto del Decameron, la lista de los paralelos y semejanzas con los cuentos de todo país y de todo tiempo, como difícil ó imposible marcar la fuente inmediata y directa de cada uno de los capítulos de ambas obras. Ni D. Juan Manuel ni Boccaccio tienen un solo cuento original; este género de invención se queda para las medianías; pero el cuento más vulgar parece en ellos una creación nueva.

Con ser tan reducido el número de cuentos del Libro de Patronio, pues no pasa de cincuenta[2], la mitad exactamente que los del Decameron, y mucho más breves por lo general, hay en ellos variedad extraordinaria, y no sería temerario decir que en esta parte aventaja al novelista florentino, si se tiene en cuenta que nuestro rígido moralista no admitió una sola historia libidinosa, y hasta prescindió sistemáticamente de las aventuras de amor (pues nadie dará tal nombre á la victoria moral de Saladino), ni abrió la

  1. Cuentos análogos remotamente á éste se hallan en las Novelas Turcas, traducidas por Petis le Croix; en el Libro de los cuarenta visires (Historia del jeque Chehabedin); en el Meshal-ha-Quad-moni de Isaac-ben-Salomon-ben Sahula, traducido por Steinchschneider (Manna, Berlín, 1847); en la historia de Kandu, traducida del sanscrito (Journal Asiatique, I, 3). Se derivan del cuento de don Juan Manuel, La Prueba de las Promesas, comedia de D. Juan Ruiz de Alarcón; un cuento del abate Blanchet, Le Doyen de Badajoz, puesto luego en verso por Andrieux; la comedia de Cañizares, Don Juan de Espina en Milán, y hasta cierto punto la comedia italiana traducida por D. M. A. Igual con el título de Sueños hay que lecciones son, y El Desengaño en un sueño, drama fantástico del Duque de Rivas. Basta este solo ejemplo para comprender la riqueza y variedad de comparaciones literarias que sugiere cualquiera de los capítulos de El Conde Lucanor.
  2. Cuarenta y nueve en la edición de Argote, porque suprimió el ejemplo que es 28 de la edición Gayangos: «De lo que conteció á D. Lorenzo Suarez Gallinato, cuando descabezó al capellán renegado». El códice S-34 de la Biblioteca Nacional añade un apólogo, pero no es seguro que pertenezca á D. Juan Manuel. Es la interesante leyenda del emperador soberbio (tomada del Gesta Romanorum), que dió argumento á una pieza anónima de nuestro teatro primitivo, Auto del Emperador Juveniano, y á la comedia de D. Rodrigo de Herrera, Del cielo viene el buen Rey. En el códice que fué de los condes de Puñonrostro hay otros dos apólogos que seguramente no pertenecen al Conde Lucanor: uno de ellos (el de El durmiente despierto de Las Mil y una noches) está incompleto al fin.