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Página:Orígenes de la novela - Tomo I (1905).djvu/130

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Origenes de la novela

que tan exquisito sabor castizo y sentencioso comunican á la prosa de la tragicomedia de Calixto y Melibea, como luego á los diálogos del Quijote.

Puede decirse que el Arcipreste de Talavera, á la vez que abrió las puertas de un arte nuevo, enterró el antiguo género didáctico-simbólico. Raras veces aparece durante el siglo XV, y nunca puro: se combina con elementos caballerescos y acaso con la novelística italiana en el extraño mosaico de El Caballero Cifar, de que hablaremos luego; entra como elemento accidental en algunos libros morales, como los Castigos et doctrinas de un sabio á sus fijas[1]; pero las pocas ficciones morales y políticas que en la segunda mitad de aquel siglo pueden encontrarse tienen ya carácter marcadamente clásico, y denuncian la acción eficaz de otros modelos muy diversos de las colecciones orientales.

Tal acontece, por ejemplo, con dos opúsculos del cronista Alfonso de Palencia, uno de los primeros obreros del Renacimiento en España, traductor de Plutarco y de Josefo, historiador más sañudo que elegante de las cosas de su tiempo, autor del primer vocabulario latino-hispano que vió Castilla, obscurecido muy pronto por el de Antonio de Nebrija; varón, en suma, cuyos conatos fueron útiles, y que contribuyó en gran manera á ensanchar los dominios de la lengua patria y á darla majestad y nervio. Tales cualidades son las que principalmente recomiendan su novelita alegórica Batalla campal de los perros y lobos y su Tratado de la perfección del triunfo militar. Con decir que estas obrillas fueron compuestas primeramente en latín y traídas luego por su autor á nuestro romance, como ejecutó con otras suyas, puede sospecharse ya que se trata de ejercicios de estilo, sospecha que se confirma con la declaración del propio Palencia, que dice haberlas

    engañó de fecho: que non ha maldad en el mundo fecha nin por facer que á la mujer mala deficile á ella sea de esecutar e por obra poner... Pero non digamos de los engaños que ellas rescibieron, resciben e rescibirán de cada dia por locamente amar, pues el susodicho Virgilio sin penitencia non la dexó que mucho bien pagó a su coamante, que apagar fizo en una hora, por arte mágica, todo el fuego de Roma, e vinieron á encender en ella todos fuego, que el fuego que el uno encendia non aprovechaba al otro, en tanto que todos vinieron á encender en ella fuego en su vergonçoso logar e cada cual para sí, por venganza de la desonrra que fecho avia á hombre tan sabio» (págs. 49-53).

    Más adelante trae otra variante de la misma leyenda, atribuyéndosela á un personaje español, al almirante D. Bernardo de Cabrera:

    «Mas te diré, que yo vi en mis dias enfinidos hombres, y aun fembras sé que vieron á un hombre muy notable, de casa real e cuasi la segunda persona en poderío en Aragon, mayormente en Çezylia, por nombre mosen Bernad de Cabrera, el cual estado en cárceles preso por el rey e reyna, porque facia en Çeçilia mucho mal e daño al señor rey, por cuanto tenia por sí muchos castillos e logares fuertes e non andaba á la voluntad del rey, fue preso; e por lo aviltar e desonrrar fizieron con una mujer que él amaba que le consejase que se fuese e se escolase por uña ventana de una torre do preso estaba, para ir á dormir con ella, e después que se fuese e fuyese desde su casa; esto por enduzimiento del rey, e ella que le plogo de lo facer. E él creyendo la mujer, pensando que le non engañaría, creyola e tomó una soga que le ella envió. E el que le guardaba dióle logar á todo e dexóle limar el cerrojo de la ventana, e començó á descender por la torre abaxo e enmedio de la torre tenia una red de esparto gruesa, abyerta, que allá llaman xábega, con sus arteficios. E cuando fue dentro en la red, cerráronla e cortaron las cuerdas los que estaban dalto en la ventana, e asi quedó alli colgado fasta otro dia en la tarde que le levaron de allí sin comer nin beber. E todo el pueblo de la cibdad e de fuera della, sus amigos e enemigos, le vinieron á ver allá, donde estaba en jubon como Virgilio, colgado».

  1. Publicado por Knust en la colección de los Bibliófilos Españoles (Dos obras didácticas y dos leyendas), 1878, págs. 249-295. Contiene la historia de Griselda, pero no tomada de la última novela del Decameron, sino de uno que llama «libro de las cosas viejas», donde sin duda estaba muy abreviada.