la vocería de las escuelas, en tiempos del más batallador y agresivo escolasticismo, no menos sorprendente que la mansedumbre filosófica de las exposiciones y el profundo y detallado conocimiento que Lulio muestra de la teología mahometana y de las tradiciones sarracenas, es el final, lleno de unción y caridad, en que los tres sabios se despiden amistosamente, pidiéndose mutuamente perdón si alguna palabra ofensiva se les ha escapado contra la ley respectiva de cada uno de ellos. Esta tolerancia llega hasta el extremo de dejar en suspenso la conversión del gentil, limitándose á poner en sus labios una fervorosísima oración en que loa y magnífica la grandeza, bondad y justicia de Dios. Pero mucho erraría quien imaginase que ésta era la verdadera solución dada por Raimundo Lulio al conflicto religioso que plantea. Ni un punto sólo cruzó por su mente la idea de fundir en un sincretismo las tres religiones monoteístas, ni tampoco el pensamiento de una teología meramente natural, que afirmando los dogmas en que ellas concordaban, dejase libre é indiferente la profesión de las divergencias. El ardiente proselitismo cristiano del beato Ramón, sellado con su sangre, excluiría por de contado tal hipótesis, que repugna además al fondo de su sistema, caracterizado por el empeño de demostrar con razones naturales todas las verdades de la teología católica y aun los misterios mismos. Cuando Lulio, después de haber conducido al gentil hasta los umbrales de la creencia, deja á la consideración de sus lectores el averiguar «qual lig lur es semblant quel gentil haja triada per esser agradable á Deu», usa de un inocente artificio literario para llamar la atención sobre otros libros suyos que son indispensable complemento de éste y que se hallan á continuación de él en la edición de Maguncia. En el Liber de Sancto Spiritu, donde volvemos á encontrar el árbol simbólico y la dama Inteligencia, un griego y un latino disputan en presencia de un sarraceno sobre la procesión del Padre y del Hijo según los artículos de su Iglesia respectiva. En el de quinque sapientibus, el círculo de la controversia se agranda, interviniendo, además de los tres doctores citados, un nestoriano y un jacobita, probando contra el primero, por razones que llama de equivalencia, la unidad de persona en Cristo; contra el segundo, las dos naturalezas divina y humana, y contra el sarraceno, la Trinidad y la Encarnación. El Libro del Tártaro y del Cristiano es una nueva variante del Gentil. Un tártaro, que aunque vive en la ceguedad de la idolatría, se inquieta de la vida futura, quiere consultar á los doctores de las tres leyes; pero al salir de su tienda piensa en su mujer, en sus hijos, en la vida libre y deliciosa que disfrutaba, y desiste de su propósito. Más adelante el espectáculo de la muerte de un caballero amigo suyo hace en él el mismo efecto que en Barlaam, y vuelve á su primer designio de procurar la salvación de su alma, consultando sucesivamente á un judío, á un sarraceno y á un ermitaño cristiano. Fácilmente destruye las razones de los dos primeros. El ermitaño se confiesa ignorante, y le remite á otro anacoreta llamado Blanquerán que hacía penitencia en un desierto. Blanquerán, que no es otro que el propio Raimundo Lulio, le expone los artículos de la fe valiéndose del método de su arte general y demostrativa. El tártaro queda convencido; va á Roma, se hace bautizar por el Papa, y vuelve á su tierra con letras apostólicas para propagar la fe y convertir al rey de los tártaros. Las reminiscencias del Cuzari son quizá más visibles en este tratado que en el del Gentil[1].
Todos estos diálogos, cuya contextura es casi idéntica, apenas pueden calificarse de
- ↑ Todos estos libros figuran, traducidos al latín, en los tomos II y IV de la edición maguntina.