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a usted pesadumbre por ello, su resentimiento de usted no ha sido inmotivado. Mas no tendría escrúpulo en asegurar que la tranquilidad del aspecto y aire de su hermana eran tales que podrían haber proporcionado al más fino observador la convicción de que, aun siendo amistoso su temple, su corazón no parecía fácil de herir. Que yo deseaba creer en su indiferencia es cierto; pero me atrevo a afirmar que mis investigaciones y mis decisiones no se dejan influir de ordinario por esperanzas o temores. No la creía indiferente porque yo la deseara; juzgábala así con convicción imparcial, como tan cierto cual si lo desease razonablemente. Mis objeciones al matrimonio ese no eran exactamente las que la última noche reconocí que requerían en mi propio caso la mayor fuerza pasional para dejarlas a un lado; la desproporción no sería tan grave mal para mi amigo como para mí; mas había otras causas de repugnancia, causas que, aun existiendo, y existiendo en igual grado en ambos casos, yo había tratado de olvidar porque no estarían inmediatamente ante mí. He de mencionarlas aunque sea con brevedad. La situación de la familia de su madre de usted, aunque objecionable, no era nada en comparación con la absoluta falta de conveniencia tan a menudo, casi constantemente, mostrada por ella misma, por las tres hermanas menores y a veces por su padre. Perdóneme usted; me aflige ofenderla; pero en medio de su inquietud por los defectos de sus más próximos parientes y de su disgusto por la mención de los mismos, consuélese