y siete meses, trabajando á destajo, porque conocía que solo así podría rematarla? ¿He producido alguna cosa de provecho? Si no ha sido así, esos meses á lo menos me habrán dado, en los últimos días de mi vida, algunas horas de entretenimiento agradable en sustitución de las ásperas lides que la política sustenta, con poca utilidad á mi entender, en ese palenque senatorio en que yo nada tengo que hacer, y al que te obligan á ti á concurrir las obligaciones que te impone tu brillante elocuencia, que no puedes en conciencia desaprovechar sin deservir á tu patria.
He dudado si debía ó no poner al frente de esta traducción un prólogo, como ya lo hice, gracias á ti, á tu mucha erudición y á tu cariñosa bondad, en la de La Comedia de Dante; pero, bien pensado, he desistido de ello. No es el Orlando Furioso, como aquél, un oscuro y profundísimo poema que pide á cada momento explicaciones que den luz para apreciar debidamente bellezas inapreciables. En éste todo es claro, todo sencillo, y algunas veces hasta trivial; pues aunque su estilo, de múltiples colores, se levanta á veces á la más grandiosa entonación, siempre está más cerca de nuestra inteligencia y de nuestro moderno gusto que las varoniles y terroríficas formas del Alighieri, que tuvo que crearse una lengua, que Ariosto al fin halla ya formada y hasta expresiva y elegante. Este poeta no ofrece punto algu-