S
ALIMOS de Guadalajara a las 10:30 a. m.,el martes, 26 de Octubre, en el estilo habitual—una gran guardia de caballería regular del ejército mexicano adelantada y otra siguiéndonos en la retaguardia. Nuestro vehículo era un carro capital con refuerzos, enviado desde la Ciudad de México para nuestro uso especial, jalado por ocho finas mulas y conducido por George Elmore, un veterano conductor de diligencias, de quien se dice es el mejor en México. Elmore nació hace cerca de cuarenta y cinco años, en el nº 187 de Broadway, Nueva York, pero ha perdido, en apariencia externa, toda indicación de su nacionalidad. Cuando se le habla en inglés, sin embargo, su calurosa respuesta "You Bet!" traiciona su educación californiana de inmediato.
El gobernador Cuervo, el Señor Don Juan Ignacio Matute, el Señor Don Luis Rendón, y el Señor Cañedo, nos acompañaron en el camino hasta el antiguo, medio destruido pueblo suburbano de San Pedro, y allí nos despedimos de la manera más afectuosa.
El coronel Lomelí, comandante de la Guardia de Jalisco, también llegó a decirnos adiós, y nos dijo que en la tarde previa sus hombres había disparado, y mortalmente herido, a otro ladrón, justo fuera de la de puertas de la Ciudad en el camino sobre el cual habíamos pasado últimamente, y que entonces estaba muriendo el pobre miserable. También nos informó de la confirmación de la sentencia de muerte sobre dos la-
