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LLEGADA A LEÓN.

Después de más de tres millas de resbalones en el lodo, a lo largo de terraplenes, y bajar u subir de la diligencia, llegamos a terrenos más altos al mediodía y fue viajamos más cómodamente, en un ondulante campo abierto, totalmente dedicado a la ganadería, hasta que llegamos al límite del estado de Jalisco, y entramos al estado de Guanajuato, a nueve millas de León.

Justo en este punto, vimos un cuerpo de tropas moviéndose por la carretera avanzando hacia nosotros. Cuando nos descubrieron, aceleraron a toda velocidad y desaparecieron. Una milla más adelante, vi a algunos de ellos espiándonos de atrás de un muro de piedra, y posteriormente nos enteramos que para dar una apariencia de máxima seguridad, a la carretera—nuestra escolta regular nos dejó en Lagos, y regresó a Guadalajara—tenían instrucciones de mantenerse totalmente fuera de nuestra vista, y debíamos recorrer el estado de Guanajuato sin ninguna escolta aparente.

A siete millas de Leon llegamos a la cumbre de una sierra de colinas quebradas, y vimos abajo un valle encantador, muy cultivado, lleno de campos verde, granos creciendo, y alto maíz maduro, y salpicado aquí y allá, con haciendas ricas y hermosas, de paredes blancas.

Al entrar en la ciudad, por primera vez en nuestro viaje no encontramos, carros de delegados esperando a recibir el grupo, y condujimos directamente a la magnífica casa apenas terminada y bellamente amueblada para la ocasión—frente a la gran plaza—que había sido preparada para nosotros. El Prefecto político de Leon, Coronel Rosado, y una delegación del ayuntamiento, vino inmediatamente a decirnos que no habían recibido el telegrama anunciando la salida del Sr. Seward de Lagos,