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CAPÍTULO VII.


GUANAJUATO, Y BAJO ELLA.


D

ESDE una altura de tres millas de la Ciudad de Guanajuato, justo cuando el sol se ponía detrás de las montañas al oeste, vimos hacia abajo lo que parecía ser tres ciudades separadas, situadas en un barranco profundo o cañón. Las altas agujas de la Catedral de Guanajuato, brillante como oro en la luz del sol rojo, fue la característica sobresaliente de la principal y ciudad central. Entrando al cañon, cabalgamos dos millas a lo largo de la estrecha cama de un pequeño riachuelo tortuoso, cuyas aguas, habiendo hecho el trabajo en todas haciendas del distrito de reducción o beneficio de plata, estaban llenas y espesas con el residuo de cuarzo pulverizado que llevaban hacia el valle.

El pueblo de Marfil, que es totalmente sustentado por los trabajos de beneficio que constituyen su única industria, líneas de bancos de este arroyo en ambos lados, y las diferentes haciendas, cada una rodeada por un muro alto, y capaz de ser defendidas contra un una fuerza de ataque, dan la apariencia de una vasta fortaleza. Todas las casas están ocultas por las paredes, que llegan a orilla del arroyo, y apenas vimos un ser humano en todo este recorrido.

Pasando, por último, una antigua torre, de un peculiar diseño, construido por los españoles para elevar agua, luciendo como una reliquia de los días de los cruzados, nosotros