de sables colgando del cinturón y siempre una molestia?—salimos, al amanecer, por los callejones y calles sinuosas y sobre las rudas laderas resistentes a la mina y pueblo alrededor de ella.
En el de cruce un arroyo profundo y seco cruzamos un puente, que tenía una inscripción, "Por más de tres siglos las personas de Guanajuato han cruzado aquí sin un puente. ¡Miren el progreso!" En otra parte de nuestro viaje cruzamos un puente en el que había esta inscripción: "Este puente fue construido aquí, etc., etc.;" como es de piedra sólida, no me pregunto porque fue construido allí en lugar de haber sido construido en otro lugar, y enviado allí ya hecho por transporte.
Una inmensa Iglesia con una fachada tallada y esculpida y elaboradamente, desgastada y desfigurada por siglos de tormentas y convulsiones, pero todavía con inquebrantables enormes muros de piedra, se encuentra en el centro de un pueblo, que debe alguna haber tenido de diez a veinte mil personas, todas dependientes en la operación de la gran mina Valenciano. La Iglesia no es frecuentada, excepto por algunos devotos indigentes y sórdidos; la ciudad está en ruinas; y desolación reina como única dueña de la escena. Galopamos por las calles desiertas, y entramos por la puerta al recinto por donde salieron, en tiempos pasados, suficientes cargas de mula de tesoro para hundir el barco más grande ahora flota en el mar. Niños pequeños recibieron nuestros Caballos, y les llevaron a caminar, mientras entramos a los grandes recintos, donde miles de animales y hombres, alguna vez trabajaron y sufrieron, pero donde ahora la hierba crece y el silencio reina.
La extensión de estos trabajos sobre tierra no puede describirse adecuadamente. Cubren acres y acres de
