operadas por Malacates en la superficie, estaban constantemente yendo y viniendo entre ella y el final del túnel, seiscientos pies arriba. Estas canastillas tienen capacidad de entre tres y cuatro toneles de agua, y son hechas de cuero crudo en la forma de una ordinaria jarra de agua mexicano. Un anillo de hierro distiende la boca la canastilla, y cuando esta desciende, el cuero húmedo se aplana permitiendo la entrada agua rápidamente, y cuando inicia el levantamiento, toma de nuevo su forma original, llena al borde con el sucio líquido. Cuando la canastilla alcanza el nivel del túnel, es jalada hacia la apertura, y mientras el cable se afloja se aplana otra vez, y el agua sale por la orilla, y corre hacia por un lado del túnel.
Pero hay todavía profundidades mas bajas. Bajamos casi doscientos pies más, y en la parte inferior del último nivel encontramos hombres trabajando en sacar mineral. El goteo de agua en este punto es muy considerable, y se hicieron dos maneras para conseguir sacarla. Una parte del agua se transporta al depósito, en pieles de cerdo, en la espalda de indios desnudos y sudorosos; y una parte—la mayor parte—se bombea hasta ese punto a mano. Las bombas son simples maderos rectos, treinta pies de largo, con un agujero de tres pulgadas, y un pistón y cubo, jalado y empujado adelante y atrás por dos leales indios, sentados a ambos lados, trabajando a pura fuerza sin siquiera una palanca para ayudarles. Hay estaciones o depósitos al final de cada bomba, y todas deben ser mantenidas operando continuamente noche y día. Los indios bombeando se sientan a trabajar sobre roca mojada, y están tan desnudos como al nacer; el gran calor y falta de ventilación, a esta profundidad, haría a la ropa, si la tuvieran, superflua. Ellos obtienen cincuenta centavos por día, y trabajan doce
