soy apenas humano, en mi deseo de simpatía por los hombres que expiaron sus crímenes contra la libertad y los derechos del hombre, en las Cerro de Las Campanas; pero déjenles ver las viudas y huérfanos, las ciudades en ruinas, distritos despobladas, pobreza, miseria y tribulaciones, que trajeron sobre esta hermosa tierra, como yo he visto y luego pueden simpatizar con la realeza muerta y sus seguidores si es que pueden. Tengo tanta compasión por la miseria humana como cualquier hombre vivo, pero es con las inocentes víctimas de este crimen contra todo lo que es Santo,—los hambrientos, pobres y desvalidos,—con quienes me solidarizo; no con quienes apostaron su resto en los dados,—confiando en ganar un botín de crimen, ser adorados por sus éxitos y temidos por su poder,—perdieron y pagaron el castigo. Yo hubiera dudado de la justicia de Dios, si Maximiliano hubiera vivido, y los miles de hombres valientes, a quien envió a la muerte a través de su decreto de bandera negra durmieran sin venganza en sus tumbas sangrientas. ¡Estuve en las Cerro de Las Campanas, y sé que Dios es justo!
Pero muelen muy fino.
Ellos nunca muelen un grano de molienda más fina que lo que Napoleón III envió a su molino, marcado "Imperio de México".