ansioso por evitar toda exhibición y ostentación, no se atrevería a usarlo—probablemente no podría ser persuadido a hacerlo—y ahora es un caso crónico, no "¿Qué es eso?" sino "¿Qué haremos con eso?" Se dice que costó cuarenta y siete mil dólares.
¡Y fue por estas baratijas y bagatelas, botones dorados, cordones de oro y plata, imágenes floridas, mármol, bronce, estatuas de plata, bustos y medallas, platos de oro y plata y llamativos servicios de porcelana, y por gurinaldas y símbolos de mal gusto sórdido, ahora desvaneciéndose, perdiendo color, con hongos, y llenas de polvo, en los cuartos trasteros de Palacio Nacional, que el cornudo real Maximiliano de Hapsburgo, permutó un Imperio, sacrificó el amor y respeto de todos los amigos que tuvo en México, bañó la tierra en sangre, vistió a una nación de luto, y finalmente firmó el decreto que eventualmente fue su propia sentencia de muerte, cerrado la puerta a su poible clemencia, le metió a una tumba sangrienta, y cubrió su nombre de infamia para todos los tiempos! Maximiliano tuvo una corte tan completa en todos sus nombramientos como la de Napoleón III, pero ningún Imperio más allá del alcance de las bayonetas de sus mercenarios extranjeros, y todo el dinero que gastó en espectáculos eróticos, y tales exhibiciones teatral como ser podrían montar con los atavíos de corte que he descrito. El Príncipe quebrado de Miramar perdió, completamente, el poco cerebro que tenía para perder, cuando se encontró ante las luces actuando el papel emperador. Los millones sacados de gente hambrienta y terriblemente oprimida, o engañados por las patrañas y estafas de los suscriptores de la deuda mexicana en Europa, fueron agotados por tales tonterías como esta, mientras que la gente quería pan; mejoras públicas, que se podrían haber diferido, si no