Fue con una sensación de como salir de las tumbas del pasado muerto, que salí de esta cueva de raro encanto, y estuve una vez más en la alegre luz de día, mientras que la gran puerta cerraba con un ruido, detrás de nosotros.
En el Departamento de ventas vi un artículo de algún valor, que desee para regalo a uno de mis amigos más queridos, y ofreci comprarlo al precio fijado. El vendedor gravemente lo levantó, y preguntó si alguien presente pagaría más, explicando que la ley le obligaba a hacerlo; y nadie respondió, fue envuelto y me lo entregaron. Luego entramos en la sala, donde Cortez recibió y entretuvo a sus invitados, bebi un vaso del brillante, amarillo antiguo vino de España en copas parisinas con el Director, el Señor Cendejas, dije adiós a una de las localidades más interesantes que he visitado en mi vida, y caminé por la Plaza para mirar a las mujeres ricamente vestidas de México con libros de oración en sus manos, caminando en silencio grave, decoroso hacia la gran catedral; y los miles de harapientos indios descalzos, de aldeas a veinticinco, cincuenta o cien millas de distancia, cargando grandes cargas sobre sus espaldas, pacientemente caminando dificultosamente, en su peregrinación anual al santuario su adorada Santa y Santísima Madre y protectora de su raza, la Virgen de Guadalupe.