tierra, he visto tal tratamiento cariñoso de padres por niños, y niños por los padres, como en México. Como regla general, la influencia y control de los padres sobre sus hijos nunca se acaba completamente, excepto con la muerte, y después de la muerte su memoria se celebra, me parece, con más cariño que en otras partes del mundo.
Estoy orgulloso de las hijas de mi amada tierra y aquí en este mundo de belleza tropical, todavía extraño caminar una vez más entre ellas, escuchar la música, de sus voces, y marcar el aire de independiente autodominio que da la libertad, su decidido paso libre, gracia de conducirse que caracteriza a las altivas hijas de nuestra raza conquistadora. Pero hay una cosa en que los niños de México exceden por mucho a los de los Estados Unidos, y que es, su filial devoción. "Honrar a tu padre y tu madre que tus días puedan ser largos en la tierra que Jehová tu Dios te da," es un comando que las hijas de México cumplen con toda su alma y seriedad que es hermoso de presenciar. Pero libertad de acción fuera del círculo familiar, hay muy poca para cualquiera de ellas. Una mujer soltera no puede salir a la calle sola a plena luz del día; ella no puede incluso salir por una sola calle, en compañía de un caballero, aunque sea el más antiguo amigo la familia, casado, y conocido por todo hombre y mujer en la calle, según la estricta idea de actitud social en la capital. Una mujer casada, o por lo menos una vieja, siempre debe acompañarla.
Fui un día a Tacubaya, con una señora casada amiga y una joven soltera. Al regresar, llegamos primero a la residencia de la señora casada, y cuando el carro salté para ayudarla a bajar; pero se hizo atrás diciendo: