han reconocido al Imperio como el único gobierno legítimo de México, y será necesario que esas promesas sean presentadas por las autoridades imperiales; nosotros no podemos reconocerlas en cualquier otra mano." Las autoridades mexicanas fueron burladas, y ambos grupos estafado de todos los impuestos.
Un amigo de la casa que perpetró este bonito robo—pues no es nada menos—me contó la historia como una ilustración de la astucia y capacidad de negocios de la cabeza del negocio, y realmente parecía creer que era una transacción muy meritoria de parte de los importadores, que se embolsaron una pequeña fortuna por la operación.
Otra transacción, cuyos miembros eran hombres en puestos prominentes en la política, tuvo lugar en la Ciudad de México. Un grupo revolucionario fue expulsado de la capital por las autoridades legítimas. Mientras ellos—los revolucionarios—se iban de prisa, un rico caballero, que estaba implicado y consideró necesario o deseable irse con ellos, con el fin de conservar su magnífica residencia privada de ser ocupada y confiscada por el Gobierno, hizo un contrato de arrendamiento a un alquiler nominal al Ministro francés, quien inmediatamente tomó posesión. El propietario pronto hizo las paces con el Gobierno, y según el acuerdo previo regresó y exigió la restauración de su propiedad. Fue demorado y rehusado con un pretexto u otro, hasta que llegó un nuevo Ministro francés para remplazar al primero, y la propiedad le fue luego entregada a él, en contra de las indignadas y enfáticas protestas del desafortunado dueño. El nuevo Ministro mantuvo la propiedad hasta que sacado de ella por la última decisión del Tribunal de apelaciones, y entonces, cuando el propietario tuvo de nuevo la pose-
