podría mantener su puesto de por vida, y llevar a todo elementos faccioso de la República al orden, si tiene un tesoro incluso moderadamente bien suministrado, que le permita pagar al ejército regularmente, y mantener los empleados civiles del gobierno más allá del alcance de ambición y la constante tentación.
Pero hay un gran problema. El Señor Don Matías Romero, Ministro de Hacienda, (Secretario del Tesoro,) es probablemente más desagradable a la violenta facción de oposición en el Congreso que ningún otro hombre en el gabinete, y Congreso, con una ceguera estúpida al bienestar del país, obstinadamente persiste en derrotar a todos sus iniciativas, paralizando totalmente al Gobierno, y allanando el camino para interminable desorden, miseria, confusión y, quitándole a Hacienda todas sus fuentes de suministro. Si hubiera cualquier mejora en la condición de las cosas como resultado de un cambio en el ministerio es dudoso. Romero parece haber hecho todo lo que cualquier hombre puede hacer, para reparar las finanzas, y poner orden en el desorden.
Mientras tanto, el Gobierno tiene en sus manos muy ocupadas en sofocar el bandolerismo, y suprimir los pronunciamientos, que aunque hasta ahora están separadas y desconectadas, constantemente salen en todas partes de la República. Tan pronto como se apaga una que otra—generalmente originada por causas locales, pero menos peligrosas por ello—estalla en alguna localidad distante. Mientras las tropas tengan pago apoyarán al Gobierno, fielmente, y sin duda han demostrado gran eficacia, y logrado mucho en los últimos dos años. Pero cuando se llegue al punto—si alguna vez se llega—que la administración no puede proporcionar medios para pagar a las tropas, entonces habrá