Mucha de la plata se entrega a los destinatarios en sus casas de cuenta en la ciudad, y allí se cuenta otra vez, y re empaca en bolsas más pequeñas que contienen solo mil dólares cada una. Vi en la Casa de Schliden & Co., un día, un grupo de nativos trabajando contando y re empacando medio millón de estos nuevos dólares brillantes. Ellos obtienen doce centavos y medio por cada mil dólares que cuentan y cosen en las bolsas nuevas, y son muy expertos en la detección de moneda defectuosa o base. Se dice que cuando vierten una bolsa de estos dólares sobre la mesa, saben en un instante si son monedas de Zacatecas, Guanajuato o México, por la diferencia del sonido de cada una, aunque es totalmente imperceptible al oído del no iniciado. Si las bolsas se encuentran cortas el déficit se carga al remitente en México o en Guanajuato; Si hay exceso—y esto no es raro—el superávit se acredita al remitente.
Nunca he visto ningún contador de especie o expertos, que podría derrotar a estos incultos Veracruzanos de sangre India, excepto los expertos chinos, que hacen el mismo negocio para los bancos en San Francisco, y que pueden descontar al mundo sin duda.
La escena me recordó un incidente ocurrido en la Ciudad de México cuando el General Scott entró triunfal en la capital. Un destacamento de dragones de Harney estaban acuartelados en el Palacio Nacional, y antes de que el orden fuera completamente restaurado forzaron la entrada a una habitación en el Departamento del tesoro en el que encontraron un gran número de dólares mexicanos—catorce o dieciséis grandes sacos, si me sirve la memoria.
En un instante se fueron por el dinero, y siguió un rebatiña general. Uno ponía un saco en su