jaula, y así terminó el entretenimiento. Lamento tener que añadir que cuando el toro se paró se encontró que su espalda estaba tan lastimada que podía pararse y le debían matar. Los buitres ya se habían reunido en nubes en las inmediaciones, como si tuvieran consciencia de que se preparaba una fiesta. Esto es diversión de domingo en Veracruz. Pero era la muerte de un toro.
Pero el toro no siempre lleva la peor parte, en encuentros de hombre y bestia, en México y otros lugares. Recuerdo una pelea entre un toro y un oso en Nueva Orleans, en la que el Toro Attakapas General Jackson, dobló al oso como zapato viejo en la primera carga, y le hizo bramar por ayuda en unos segundos. Lamento decir, que en esa ocasión mi simpatía era tan fuerte por el oso al comienzo, que perdí todo el dinero mi joven industria había reunido en varios meses. Después del lapso de muchos años me puse a mano en Veracruz.
Un distinguido caballero mexicano—cuyo nombre suprimo por diversas razones—nos dijo, un día en un viaje de Guanajuato a México, de su experiencia en corridas en una de la más grande Ciudades de la República. Es la costumbre en países de toros, que la sangre jóven de las primeras familias, que desean distinguirse, aparecer en la Plaza de Toros como aficionados, y luchar contra el toro en ocasiones importantes. Cuando Maximiliano llegó a México, una especial gran funcion se preparó para su beneficio, y los hombres jóvenes algunos de las más antiguas y aristocráticas familias mochas de la capital, aparecieron en el ruedo como matadores y picadores, con la pareja real presidiendo el brutal entretenimiento y entregando los premios a los héroes del conflicto.