pero jugaba el último juego hasta el final, y ninguna regla de cortesía le hizo acelerar su muerte; así que tomó su tiempo para ello, y les mostró, inequívocamente, por su aspecto que consideraba su presencia como—en cierta medida—a destiempo y poco delicada, y tomando un carácter indebido de familiaridad.
Ellos participaban en un agradable jueguito de "congelarse," mientras dejamos la estación y los perdimos de vista. Pero, ¿quién ganó? ¿Los zopilotes y la muerte derrotaron al caballo por fin? o ¿él los hizo morir de hambre mientras esperaban? ¿O están todavía esperando y viendo, él vivo y con esperanza, y el juego destinado a continuar hasta el fin del tiempo? ¡Mira esta imagen, y luego aquella, y dime que son los sufrimientos comunes de la humanidad contra los míos!
Lector: Ya les he dicho el secreto de mi malograda vida. Ahora sabrán sabe por qué mi frente está prematuramente arrugada, mi pelo gris antes de tiempo, y una tendencia a jorobar mis hombros se está desarrollando en mi cuerpo, cuando me encuentres en la calle Broadway o Montgomery. Un ser malogrado, acosado con dudas que nunca pueden ser resueltas, voy por la tierra donde Cortés luchó y conquistó, y Moctezuma murió.
Dejen que el enigma de la esfinge pasar sin leerse, la historia de las tribus perdidas sin decir, el problema de la cuadratura del círculo sin resolver; solo son vanidad y aflicción de espíritu para mi; pero evitarías que mis canas bajen con dolor a la tumba, ignora lo demás, y ven con el ranchero y el cerdo, el caballo y los zopilotes,—¡dime quién ganó, y oh, dime rápido!