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EL VELO ROJO



H

allábame en el cementerio oriental de Azerum dibujando un precioso sepulcro que tenía aspecto de capilla. El sol de otoño se ocultaba tras los lejanos montesdel Lazistan y á los resplandores del crepúsculo, se destacaban sobre el cielo las dentelleadas murallas de la ciudad vecina la cual trepaba por la vertiente de un monte en cuya cumbre se erguia una fortaleza á modo de celoso guardián. Los cañones de ésta lanzaban destellos y en su torre más alta flotaban las águilas del estandarte ruso. Las astas de las banderas se perfilaban inmóviles en lontananza y los elegantes minaretescuyas doradas cúpulas brillaban, parecían otros tantos cirios encendidos ante la faz de Alá. Hilerasde negruzcas piedras sepulcrales descendían hasta el valle y detrás de los cementerios, semejante á una bandada de cisnes, se esparcían por las colinas próximas al campamento ruso que defendía la entrada del desfiladero de Baiburst. El panorama que se desarrollaba ante mis ojos era espléndido, encantador y así olvidaba mi dibujo absorto como estaba en su contemplación. Las sombras del crepúsculo lo revestían todo con misteriosos coloresy poblaban el espacio de vagos ensueños. La ciudad yacía cual dormido gigante, pero sus arrabalesse tornaban bulliciosos á medida que se acercaba.