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Acta de Benedicto XV

Porque, como bien sabéis y Nos os hemos recordado muchas veces, la enseñanza más repetida y más insistene de Jesucristo a sus discípulos fue la del precepto de la caridad fraterna, porque esta caridad es el resumen de todos los demás preceptos; el mismo Jesucristo lo llamaba nuevo y suyo, y quiso que fuese como el carácter distintivo de los cristianos, que los disinguiese fácilmente de todos los demás hombres. Fue este precepto el que, al morir, otorgó a sus discípulos como testamento, y les pidió que se amaran mutuamente y con este amor procuraran imitar aquella inefable unidad que existe entre las divinas personas en el seno de la Trinidad: «Que todos sean uno, como nosotros somo uno..., para que también ellos sean consumados en la unidad»[1].

Por esta razón, los apóstoles, siguiendo las huellas de su divino Maestro y formados personalmente en su escuela, fueron extraordinariamente fieles en urgir la exhortación de este precepto a los fieles: «Ante todo, tened los unos para !os otros ferviente caridad»[2]. «Por encima de todas estas cosas, vestíos de la caridad, que es vínculo de perfección»[3]. «Carísimos, amémonos unos a otros, porque la caridad procede de Dios»[4]. Nuestros hermanos de los primeros tiempos fueron exactos seguidores este mandato de Cristo y de los apóstoles, pues, a pesar de las diversas y aun contrarias nacionalidades a que pertenecían, vivían en una perfecta concordia, borrando con un olvido voluntario todo motivo de discusión. Esta unanimidad de inteligencias y de corazones ofrecía un admirable contraste con los odios mortales que ardían en el seno de sociedad humana de aquella época.

Ahora bien: todo lo que hemos dicho para urgir el precepto del amor mutuo vale también para urgir el perdón de las injurias, perdón que ha urgido personalmente el Señor. «Pero yo os digo: amad a vuestros enemgos; haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y os calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos»[5].

  1. Jn, XVII, 21-23.
  2. 1 Pe 4,8.
  3. Col 3,14.
  4. 1 Jn 4,7.
  5. Mt 5,44-45.