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¡No! | No! ¡A la suerte!—gritaron casi á un mismo tiempo todos los prisioneros (1).

El general Vivero, que en este intervalo había advertido lo que pasaba en el campo de los prisioneros, se dirigió hacia donde ellos estaban, y sin proferir una palabra se formó tranquilaincnte á la cabeza de la fila, como si fuese á cumplir con un deber ordinario del servicio.

Era el general D. Pascual Vivero un anciano de más de setenta años, de figura marcial y fisonomía simpática, a la que daban apacible majestad los blancos cabellos que coronaban su cabeza.

García Camba, que se hallaba en aquel momentdistraído presidiendo los preparativos del sorteo, notó al general Vivero al levantar la vista.

—Sr. D. Pascual—le dijo, haciéndole ton la mano ademán para que se retirase—con usted no reza la orden.

—Sí, rezal—contestó sencillamente el noble auciano, con el sublime laconismo del padre do los Iloracios.

—No, Sr. D. Pascual, esta orden sólo reza para los prisioneros que marchaban unidos.

—Debe rezar conmigo, porque debo participar le la suerte de mis compañeros, así en las desgrnvias coro en las felicidades. Por mi grado mo corresponde sacar la primera suerte.

—¡Se va á proceder al sorteo!—gritó el impla(13) Todos estos diálogos son xtualmente recogidos de boca de los actores del sorteo que aun viven, y principalmente del coronel D. Pedro José Diaz, que á una extraordinaria memoria para repetir textualmente las palabras que había ofdo, reunfa la facultad de describir las acciones de guerra y escenas históricas que habla presenciado, re cordando hasta los restos.