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<—35balsas que navegan el lago, borda sus melanc6licas riberas, poblndas de aves acuáticasque Cuando aliora algunos años visitamos esa iala, sentimos el religioso respeto que inspire naturalmente al alma la contemplación de los imperios caídos, y el recuerdo de los padecimientos nuestros padros se resignaron para darnos patria y libertad. Algún día el Byrou americano encontrará en aquel calabozo inspiraciones varoniles, no menos elevadas que las que despertó el castillo de Chillon en el bardo británico.

La tradición oral de Puno cuenta que los habitantes de la isla maldecida vieron llegar un día el resto de los prisioneros del Callao, que venían pálidos, envejecidos y con los pies chorreando sangre.

Contaban aquellos desgraciados pavorosas historias de su peregrinación, que en las largas noches de la prisión entretenían por las emociones á los desterrados de aquella especie de Siberia.

Sgún ellos, en el pueblo de Santa Rosa, camino del Cusco á Puno, habían sorprendido una noche á sus guardianes dormidos, y arrebatádolea u armas y conquistado su libertad á sangre y fuego.

Que habiéndose refugiado en las montañas de Coroyco, en el Alto Perú, después de costcar por muchos días el gran lago, algunos de ellos habían sido devorados por las fieras en medio de la noche.

Que el resto tuvo que entregarse de hambre á la división española que los sitiaba, pues sólo tenían raíces y frutas silvestres para alimentarse. Después de esto, estuvieron en capilla para ser fusilados, cuando la batala de Junín vino á salvarlos.

El virrey ordenó entonces que fuesen trasladados á la ciudad de La Paz, para ser quintados allí, reservándose el resto para canjearlos con los pri-