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EL CABALLO DE ADONIS.

Una y otra vez se alza de manos, relincha, bota, y en un segundo deshace el tejido de sus cinchas. Con el duro casco hiere la sufrida tierra, cuyas profundas entrañas resuenan como el trueno celeste, y quebranta con sus molares el hierro de su bocado, imponiendo su dominio al que antes lo dominaba.

Sus orejas son puntiagudas, las pendientes ondas de su crin se presentan erizadas sobre su arqueado cuello; sus narices aspiran el aire y lo arrojan acto continuo cual los vapores de un horno; sus ojos altivos, que lanzan chispas como el fuego, muestran su ardiente condicion y su vivo trasporte.

A veces trota, cual si contara sus pasos, con dulce majestad y con modesta arrogancia; otras se encabrita, salta y corcova cual si quisiera decir: «Ved, tal es mi pujanza; y todo esto lo hago para cautivar los ojos de esa arrogantísima yegua.»


Casco redondo, articulaciones flexibles, cernejas largas y nutridas, ancho pecho, ojos grandes, cabeza pequeña, abiertas narices, cruz alta, orejas, cortas, piernas rectas y más que robustas, crin escasa, cola espesa, anca lucida, pelo suave: reunia todo lo que debe tener un caballo, excepto un arrrogante ginete sobre su arrogante lomo.

Ora se aparta un largo trecho y lanza desde él miradas de espanto; ora se estremece al movi-