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del mal. El diente cruel del dolor nunca es más venenoso que cuando hiere sin abrir la llaga. — Rey Ricardo II: Acto 1.°, esc. 3.ª

EL REY ENRIQUE IV
LUCHANDO CON EL INSOMNIO Y DEVORADO POR LOS
REMORDIMIENTOS DE SU CONCIENCIA.


¡Cuántos y cu.ántos de mis más pobres súbditos duermen á esta hora! Oh, sueño! apacible sueño! Dulce reparador de la naturaleza, á qué punto no te habré ahuyentado para que rehuses constantemente cerrar mis párpados y hundir mi pensamiento en el olvido! ¡Por qué te fijas gustoso en el ahumado chirivitil y extendido en molestos jergones te amodorras al zumbidú de los insectos nocturnos, y no te place tanto albergarte en las perfumadas cámaras de los potentados, bajo doseles de magnífica púrpura, acariciado por los sones de la más suave melodía? Dios estúpido! ¡por qué reposas en infecta cama, junto al pordiosero, y huyes del lecho real cual si fuese la garita del vigilante nocturno ó la torre cuya campana toca á rebato? Sí, tú vas á cerrar los ojos del grumete en lo alto de los vertiginosos mástiles y á mecer su cabeza en la imponente cua del altivo Océano, en medio del huracan que bate las crestas de lás gigantes olas, las eriza en monstruosos penachos y las lanza hasta las nubes fugitivas con tan atronador ruido, que á su estrépito, hasta la propia muerte se dispierta! Oh! sueño injusto!