sentimientos, la energía de la virtud que siente en sí misma, y que á sus mismos ojos la hace respetable, la hacen escuchar con indignacion las tiernas lisonjas con que se pretende divertirla: no las recibe con una cólera aparente, sino con un aplauso irónico que desconcierta, ó con un semblante frio que no se espera. Que un lindo Adonis le ensarte sus requiebros, le alabe con agudeza la suya, su hermosura, sus gracias, y el precio de la felicidad de agradar; y es capaz la chica de interrumpirle diciendole con política: «Señor, me temo que sé yo todas esas cosas mejor que vos: si nada mas curioso tenemos que decir, creo que podemos acabar aquí la conversacion.» Acompañar estas palabras con una gran cortesía y hallarse á veinte pasos de él, es para Sofía obra de solo un instante. Preguntad á vuestros elegantes si es fácil hacer ostentacion de su charla con un genio tan desabrido como este.
No quiere decir esto, sin embargo, que ella no guste demasiado de que se la alabe; pero ha de ser con tal que esto sea de veras, y que pueda creer que en efecto se piensa el bien que de ella se dice. Para parecer uno