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Encíclica

Claramente se reconoce la necesidad del concurso individual en una obra tan grande, no solo para la santificación de nuestras almas, sino también para difundir y dilatar cada vez mejor el Reino de Dios en los individuos, las familias y la sociedad, procurando cada uno, según sus propias fuerzas, el bien del prójimo con la difusión de la verdad revelada, con el ejercicio de las virtudes cristianas y con obras de caridad o de misericordia espiritual y corporal. Este es el caminar digno de Dios, al que nos exhorta San Pablo, para complacerlo en todo, produciendo frutos de toda buena obra y creciendo en la ciencia de Dios: Ut ambuletis digne Deo per omnia placentes: in omni opere bono fructificantes et crescentes en scentia Dei[1].

Sin embargo, además de estos, hay una gran número de bienes pertenecientes al orden natural para los que la misión de la Iglesia no está directamente ordenada, pero que también surgen de esa misma misión, como una consecuencia casi natural. Tanta es la luz de la Revelación católica, que se difunde de un modo vivo sobre toda ciencia; tanta la fuerza de las máximas evangélicas, que los preceptos de la ley natural en ellas se arraigan más seguros y se afianzan; finalmente, la eficacia de la verdad y la moralidad enseñadas por Jesucristo es tan grande

  1. Colos. I, 10.