—Así es, pero Ardiel es el capitán del grupo,—me respondió, lo que casi me dejó tan á obscuras como antes. Vea Vd., David; quien fué toda su vida tan gran hombre, y procede de estirpe real y tiene nombre de reyes, vive ahora en un villorrio francés como una persona pobre. El que podía disponer de cuatrocientasespadas con solo dar un silbido, lo he visto, con estos ojos pecadores, comprar mantequilla en la plaza y llevársela á su casa envuelta en una hoja de col. Esto no es solamente un infortunio sino una deshonra para nosotros los de su familia y partido. Hay, además, los niños que son la esperanza de Apín, á quienes es preciso enseñar las letras y el modo de manejar una espada en ese país lejano. Ahora bien, los arrendatarios de Apín tienen que pagar una renta al Rey Jorge; pero sus corazones son leales y se mantienen fieles á su jefe; y esa pobre gente, por medio de privaciones, consigue formar una segunda renta para Ardiel. Bien, David, yo soy el que lleva todo esto. Y dió un golpe al cinturón que tenía ceñido al cuerpo, de manera que resonaron las monedas.
— Pagan las dos rentas ?—pregunté.
—Sí, David, las dos,—respondió.
Dos rentas? —repetí.
¡Cómo!
—Así es, David,—dijo.—Le referí una historia diferente al capitán, pero esta es la verdad. Y lo que me sorprende es, que apenas hay que ejercer presión alguna.
Pero esta es la obra de mi buen pariente y amigo de mi padre, Santiago Stuart, llamado Santiago de los Glens, el medio hermano de Ardiel. Él es quien consigne el dinero y lleva la administración.
Esta era la primer vez que oía el nombre de Santiago