—No se trata aquí de opiniones, pues es bien sabido que la religión prohibe la venganza, —repliqué.
¡Ah! bien se deja de ver que fué un Campobello quien lo educó á Vd.,—dijo Alán. Muy conveniente les sería un mundo en que no hubiera algo así como un mozo y un fusil detrás de un matorral. Pero eso no viene al caso.
—Continúe Vd.,—le dije.
—Bien, David,—continuó Alán,—viendo Colín Campobello que no podía conseguir su objeto por medios legales, juró que lo obtendría sin pararse en escrúpulos. Ardiel tenía que morir de hambre: ese era el fin á que aspiraba.
Y puesto que los que le proporcionaban el modo de vivir en el destierro no podían ser comprados de ninguna manera, era preciso que fueran despojados de todo. Por lo tanto, envió por abogados, por papeles y por soldados para que le ayudasen en su obra. Y toda aquella buena gente se vió forzada á abandonar las propiedades donde habían nacido, crecido y vivido, así como sus padres y sus abuelos. Y quiénes les sucedieron? Mendigos con los pies descalzos. El Rey Jorge recibe menos rentas į pero qué le importa eso al Zorro Rojo? Si puede hacer daño á Ardiel, su deseo queda satisfecho; si puede quitarle un bocado de la boca, y un juguetillo á sus hijos, se irá contento á su casa.
—Déjeme Vd. decirle algo,—repliqué.—Tenga Vd. la seguridad de que si cobran menos alquileres, el Gobierno tiene que ver en el asunto ese y no es la culpa de Campobello, sino de las órdenes que recibe. Y si Vd. matara mañana á este Colín¿qué se ganaba con esto? Vendría otro representante del Rey á renglón seguido.