gaélica, lo que le mortificó mucho, y entonces comprendí que creía sin duda que me estaba hablando en inglés.
En fin, después de oir atentamente pude pescar la palabra ' cualquiera."—Entonces se la repetí y exclamó: —Sí, sí, sí, y dirigió una mirada á los otros marineros como diciéndoles,—ven Vds. cómo hablo inglés.
Y continuó hablándome en gaélico, hasta que pesqué la palabra "marea." Tuve entonces un rayo de esperanza. Recordé que siempre había estado señalando con la mano en dirección de la tierra de Ross.
—¿Quiere Vd. decir que cuando la marea esté baja? ..—grité sin poder concluir la frase.
—Sí, sí,—dijo,—la marea.
Al oir esto volví las espaldas al bote, y mi consejero comenzó de nuevo á reir á carcajadas; y saltando de roca en roca me volví por donde vine y emprendí una carrera á través de la isla. Al cabo de media hora llegué á la ensenada; y en verdad que había bajado la marca de tal modo que pude atravesarla sin que el agua me pasara de las rodillas, y llegué en un abrir y cerrar de ojos á la tierra firme.
Un muchacho criado á orillas del mar no habría permanecido un día en Earraid, que es una islita formada por la marea en la que se puede entrar y salir dos veces cada veinticuatro horas, á pie enjuto ó vadeando la pequeña ensenada. Aun yo, que tenía á la vista el flujo y el reflujo, y esperaba la marea para procurarme mi alimento, pude haberlo adivinado si me hubiera puesto á pensar un poco en vez de entregarme á la desesperación. No me sorprende que los marineros no me comprendieran. Lo extraño es que hubieran caído en la cuenta de mi igno-